Montserrat Edo, enfermera y licenciada en Humanidades, investigadora doctora y profesora universitaria en la Escuela Universitaria de Enfermería Gimbernat, dio la última sesión de formación sobre inteligencia emocional y gestión de las emociones.
La inteligencia emocional es la habilidad que permite percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, acceder o generar sentimientos que faciliten el pensamiento, comprender emociones y regularlas promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. Se aplica en dos ámbitos: el interpersonal y el intrapersonal. Saber gestionar las emociones de los demás requiere un esfuerzo previo para gestionar las propias.
Se trata de aprender a gestionar las emociones aumentando el espacio entre el impulso y la acción, de modo que la elección del comportamiento sea libre y no condicionada. En la vida diaria, solemos reaccionar, por falta de sosiego y reflexión. El pasado y el futuro ocupan el pensamiento presente y las emociones y los sentimientos no están integrados. Para evitarlo, el recorrido sería percibir las emociones, comprenderlas, reconocerlas, aceptarlas y regularlas. ¿Cómo? Escuchándolas, dando permiso para sentirlas y expresarlas.
Una emoción es una experiencia afectiva, agradable o desagradable, de intensidad variable y multidimensional, que obedece a tres sistemas de respuesta en el ser humano: el fisiológico/adaptativo, el cognitivo/subjetivo y el conductual/expresivo. Las emociones cumplen tres tipos de funciones: adaptativas, sociales y motivacionales.
En las relaciones con los demás, Montserrat Edo destacó la empatía, que consiste en ponerse en el lugar del otro: mejorar la sensibilidad para captar sus emociones y sentimientos, comprender la persona y su situación y comunicarle esta comprensión. Evita los efectos negativos de la simpatía (contagio emocional) y la antipatía (cinismo). Requiere interés en ayudar, aceptar si el otro quiere o no quiere comunicarse y respeto incondicional. Es decir: compromiso, confidencialidad, mirada sobre la persona como ser único, sin juzgar ni personalizar.
Otro elemento relevante es la escucha activa, que incluye la comunicación no verbal. Implica atender los mensajes verbales y no verbales, los pensamientos y emociones manifiestos y subyacentes de la otra persona. Esto requiere de quien escucha el silencio, entendido no sólo como la capacidad de esperar sino también de reconocer el «ruido» de actitudes, creencias y valores propios, prejuicios, estereotipos y distorsiones cognitivas.
¿Qué dificulta esta comunicación? Actitudes agresivas como comparar, interrogar, querer cambiar al otro, elegir un momento o lugar inapropiado, engañar, querer persuadir, ordenar, reñir, discutir, etc. También algunas distorsiones cognitivas como generalizar a partir de casos aislados, aplicar un filtro mental negativo, etiquetar, funcionar con términos absolutos (siempre, nunca …), con anticipaciones negativas que paralizan la acción o con un esquema mental de lo que debería ser o haber sido.
En cambio, facilita la comunicación una actitud centrada en la persona, que proporciona una visión holística.
De forma específica, recomendó algunas actitudes en la comunicación con las personas mayores:
- No infantilizar-las
- Dar más tiempo para responder
- Buscar temas de su interés
- Estimular la memoria y el recuerdo
- Prestar atención a las emociones y los sentimientos
- Reconocer las pérdidas y el trabajo de duelo asociado a ellas
Como consejos prácticos, sugirió los siguientes:
- Reconocer la presencia de emociones
- Autogestión emocional: contención
- Escuchar
- Dejar hablar
- Pensar y detectar cómo se puede sentir la persona
- Transmitir nuestra percepción respecto a sus sentimientos
- Legitimar lo que la persona siente
- Priorizar según sus preocupaciones
- Respetar el esfuerzo que hace la persona para afrontar la situación
En casos de conflicto, para disminuir la conflictividad:
- No defenderse ni intentar vengarse
- Escuchar activamente
- Respetar
- Dejar hablar
- Gestión emocional
- Reconocer el punto de vista del otro
- Explicar el propio punto de vista sólo cuando la conversación se haya calmado
- Empatía
- Mensajes desde el «yo», evitar el «tú»
- Reconocer los valores de los demás tanto como los propios
- Enunciar el problema, no la solución que yo quiero
- ¿Qué podemos hacer para solucionar el problema?
- No pensar en la decisión como última, definitiva e inamovible
Y finalmente alabó la eficacia del humor terapéutico: además de los beneficios reconocidos de la risa, recomendó saber aplicar el humor: empezar por reírse de uno mismo, tener una actitud sensible, adaptarnos a la persona y la situación y evitar tanto el sarcasmo como la ironía, para reír «con», sin ridiculizar ni agredir.